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Jugar a ser artista es el único modo que tengo de “echar afuera” mi melancolía.


Madrid en Construcción. El alma de los objetos inanimados

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En el contendor de desechos expira un paraguas a la luz de la farola. Una de sus varillas deja escapar dos gotas de agua atrapadas. La calle huele a lluvia.

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Cuando enmudecen las máquinas, hay algo fantasmal y bello en estos envoltorios que tratan de ocultar los edificios heridos o en construcción de mi ciudad. Los oigo respirar.
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Como mudas de serpientes abandonadas en el asfalto, los tubos vacíos se entibian al sol añorando la consistencia de sus rellenos.

...y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón…

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Cuando llueve la ciudad es un titiritero que se mira en los charcos a trocitos. Hay magia en la manera en la que se autorretrata.
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Colecciono esbozos de ciudades sumergidas por las que navega mi extraña melancolía y mientras busco mis pequeños tesoros recuerdo los versos de Lorca...

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…La muchedumbre cerraba las puertas y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón…

Los monjes, las otras realidades y la hora del vermut

El monje peregrino viaja con un búho en equilibrio sobre su cabeza. El ave sujeta entre sus garras una piedra, que impide que el fraile se eleve por encima del resto de los mortales.
Sus hermanos, más ligeros de equipaje, levitan y danzan al viento como escolares en un patio de recreo, se suben a las sillas y barren las mesas con los bajos impolutos de sus túnicas.  
 Y hablando de monjes, lo confieso, encuentro con facilidad esa otra realidad de la que hablan algunos fotógrafos alocados cuando disparo la cámara a
La hora del vermut.